Querida Andi: Leer tu carta fue un disparador de ideas que me hizo preguntar si será verdad que corazón que no ve, corazón que no siente.
Yo tengo «Las aventuras perdidas» guardado en una caja pero eso no impide que cada vez que uno de mis hijos vuelca el jugo en la mesa, la primera frase que se me cruza en la cabeza sea «yo devoro la furia como un ángel idiota». O sea, el libro ya no está a la vista, pero sigue presente en mi memoria.
Nunca me gustó jugar al «veo, veo» y sin embargo parece que hace años que no dejo de participar. Porque, aunque me avergüence reconocerlo (así que por favor, que quede en secreto) muchas veces me parece que en vez de estar trabajando para mi Creador, estoy trabajando para mi vecina.
Mi kisui rosh se puede haber deslizado hacia atrás, pero yo sólo recuerdo acomodarlo cuando mi vecina toca el timbre y si tengo que pedir que mis hijos hagan un poco de silencio sólo lo hago delicadamente las veces en las que coincide que ella está en casa pidiéndome una taza de azúcar.
La solución podría ser invitar a mi vecina a que se mude con nosotros, pero en contra de todos los pronósticos, mientras escribo esto (yendo y volviendo de los comentarios) me he dado cuenta de que no tengo ningún problema, sino más bien que lo que tengo es un objetivo y que lo que lo que la cultura secular llamaría hipocresía, en realidad es un camino señalizado: «lo lishmá» lleva a «lishmá».
La falta de sincronía absoluta entre nuestros pensamientos y nuestros actos ya está prevista en la Torá que nos avisa que el motivo oculto que nos impulsa no será siempre de la mejor calaña. No todos tuvimos la fortaleza de Shirly para desprendernos de nuestros ídolos en plaza Italia, pero no importa: alcanza con sacar los libros para que las visitas no los vean para que el poder espiritual de ese gesto se apodere de la intención y que sin darnos cuenta, mientras avanzamos en el camino, la mochila vaya perdiendo peso. “No depende de ti completar la labor; pero no eres libre de escapar de ella”, dice en el Pirkei Avot.
PD: Y ojo, que no estoy diciendo que no estoy agradecida a que todo lo leído me haya traído hasta aquí, pero no porque el libro «Upa» me haya ayudado a aprender a leer tengo que seguir repitiendo «Ema amasa la masa en la mesa». Puedo dejarlo ir.
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