Querida Andi, ya que nos vamos encaminando hacia una dirección evidente en la que vos sos la que refleja las neshamot y yo soy la que anda con el kisui desarreglado, voy a intentar revertir la situación aunque esto seguramente sea ir hacia el fuego como las mariposas.
Así que levanto la mano como una alumna aplicada para pedir la palabra: Quiero agregar que no sólo las bibliotecas son el reflejo del estado del alma. Podríamos decir que también la música que escuchamos o la ropa que usamos son puentes que los baalei teshuvá vamos atravesando y que por un tiempo seguimos observando (por algo nos llaman «observantes») girando la cabeza hacia atrás, como para asegurarnos de que las cosas siguen allí mientras nosotros avanzamos hacia otro lado.
El problema empieza cuando idealizamos la otra orilla, y empezamos a pensar que allí quedó una parte nuestra de la que no deberíamos habernos alejado, o como dirías vos «a veces la nostalgia me quita realidad» porque creemos que si volvemos a leer «el mundo como supermercado» nos va a asombrar de la misma manera en que lo hizo hace quince años.
Y ahí es cuando la religión empieza a pagar el pato. Porque no es que no usamos remeras con inscripciones graciosas porque nos parece ridículo, sino que no las usamos porque somos religiosos. No dejamos de ver a televisión porque entendemos la importancia de cuidar lo que entra por nuestros ojos, no vemos televisión porque somos religiosos. No nos borramos del club porque nos aburrimos, nos borramos porque somos religiosos.
En un punto creo que es más fácil echarle la culpa que hacernos cargo. Decimos que por ser religiosos no podemos esto o no podemos lo otro, pero la verdad es que el libre albedrío es inherente al ser humano y por lo tanto tenemos la posibilidad de elegir cualquier cosa en cualquier momento. No tendría que ser tan difícil darnos cuenta de que lo que pasa es que podemos pero ya no queremos.
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