Queridas amigas:
El kipur pasado, cuando salía del beit hakneset después de kol nidrei, un viejito se abrió la cabeza delante de mí. Todo sucedió como en cámara lenta y mientras él caía de espaldas sobre el piso de piedra yo sólo atiné a correr hacia el lado contrario gritando «hatzala, hatzala». Seguro que se dan cuenta de que esa no fue la mejor manera de empezar el día más santo del año. Hashem me había puesto a prueba, pero yo me enteré dos minutos más tarde cuando sólo quedaba reprocharme por no haber tenido la rapidez, la atención o lo que se hubiese necesitado, para evitar esa caída.
Desde entonces, muchas veces reviví la escena en mi cabeza para entender cómo debería haber reaccionado. Una y otra vez me vi corriendo y llegando a tiempo para impedir el golpe y de tanto simulacro, me sentí preparada para responder con eficacia la próxima vez.
Parece que gasté recursos imaginativos en vano, porque Hashem se ocupó de hacerme notar que esa no era la lección que debía aprender. Y nada mejor para demostrármelo que la propia experiencia, así que este año Hashem me hizo caer.
A ustedes no hace falta que les recuerde que Shlomo haMelej dijo que siete veces cae el justo y se levanta, y sé que tienen miedo de que me dirija hacia allí con la desfachatez de considerarme una tzadeket, pero no se preocupen, porque no soy tan desubicada, simplemente estoy mirando desde la vereda de enfrente, desde el que observa, como yo con el viejito del kol nidre.
Lo que vi es que nadie puede evitar las caídas, ni las propias ni las ajenas. Primero porque no se pueden anticipar y después porque la vida es tan misteriosa que es posible caminar por la cornisa con maestría o andar por la llanura y desplomarse.
Lo que aprendí es que de nosotros se espera otra cosa, y no es antes sino después, cuando la cabeza está sangrando o la amiga llorando, y es extender la mano hacia el otro para ayudarlo a levantarse, estar allí para acompañarlo en los momentos difíciles
Este año, cuando salía del beit hakneset después de kol nidrei, vi al mismo viejito subiendo por la misma escalera. Me alegré al descubrir que esta vez, la que no era la misma, fuera yo.
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