Lo confieso. No me gusta hablar por teléfono. No soy de esas personas que están con el auricular sostenido entre la oreja y el hombro chusmeando filosofando todo el día.
En un punto me gustaría poder disfrutar de alguna charla telefónica pero sólo para que mis amigas dejen de reprocharme que no las llamo nunca y también para dejar de ser la última en enterarse de la muerte del pulpo Paul. Pero no puedo. Lo mío no es pose ni ideología, simplemente es falta de costumbre.
La culpa la debe tener Entel. Durante años, esa empresa burocrática pública se negó a instalar líneas telefónicas en el barrio en el que yo vivía, por lo que crecí sin saber lo que era que una amiga llamase por teléfono para discutir los detalles de unas sandalias bordeaux. Mis llamados se limitaban a temas puntuales. Los hacía desde el teléfono público de la plaza para decidir hora y lugar del encuentro y muy raramente la charla se extendía más que la duración de un cospel.
Diciendo esto los he preparado para desacreditar lo que voy a decir a continuación. Tómenlo de quién viene, de una ignorante de los placeres locuaces, que sin conocimiento de causa, enuncia algunas costumbres de la era de la telecomunicación que no logra comprender.
Aunque a esta altura, empiezo a creer que aparte de exigirle a Entel una indemnización por trastornos en la conducta, también debería agradecerles haberme liberado de la necesidad de vivir mal conectada.
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Los horarios.
Tendremos que resignarnos a que no haya descanso. Hay que estar disponible a toda hora, parece. Se perdió la noción de inoportunidad. Sea la hora que sea, se nos cruza una idea y corremos al teléfono. Después de todo, si suena debe ser porque del otro lado pueden atender -razonamos con nuestro cerebrito ansioso- sino lo hubiesen desconectado. Pero ¿es normal llamar a las siete de la mañana para pedir el teléfono de la peluquera? ¿y a las 12 de la noche para preguntar qué día es la reunión de padres?
Cuando entra un llamado en un horario polémico, se contesta por miedo a que sea por una urgencia. No se necesita mucho sentido común para no llamar a las seis de la mañana para preguntar la receta de los huevos pasados por agua.
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Los ringtones
Me encanta tu ringtone, en serio, es muy ingenioso el tono de un perro ladrando. A quien quizá no le pareció tan gracioso fue a la señora sentada en la mesa de al lado. Fijate, le despertó al bebé. ¿Y qué me decís del ringtone con música de «La Bamba»? Bamba, bamba. Caramba, interrumpió el shiur de shalom bait. El ringtone de gallina cacareando riduculizó el problema de salud que tu mamá te contaba, y la carcajada de Homero sonó justo cuando tu hijo lloraba por una mala nota. Inoportunos algunos ringtones ¿no? Ring ring. Así suena un teléfono. Mejor clásico que desubicado.
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Las distracciones externas
No hay problema si no podés hablar ahora. Sólo avisame que no es buen momento. Cortamos y te llamo mas tarde. Pero no me faltes el respeto, por favor:
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– ... no sé que hacer –comento compungida- voy a hablar con el director del colegio.
– ¡Ni se te ocurra! Es una mala idea –te escucho decir.
– ¿Tan mal te parece? –me echo atrás en mi convicción.
– Ja ja ¿qué me decías? Le estaba hablando a mi hija…
– nada, nada –te contesto haciéndome la superada, pero preguntándome desde qué parte de la charla me borraste del mapa.
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O peor. Te empezás a distraer con la computadora.
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– … entonces me quedo encerrada en el ascensor con este hombre con cara de asesino –te cuento en estado de shock.
– ajá… –se escucha el click, click del mouse.
– … y el tipo mete la mano en el bolsillo y saca una navaja suiza… –empiezo a sospechar de tu falta de reacción…
– …mmm… –click click click.
– justo se corta la luz y empiezo a gritar auxilio…
– ¡Qué bueno! –por fin deschavás tu falta de atención- ¡hay descuento para cremas en Groupon!
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Mandar mensajes de texto o atender el teléfono cuando se está con otra persona.
Me pregunto qué clase de vida tienen los otros. Seguramente algo me estoy perdiendo, porque en mi mundo no hay tantos llamados impostergables. Exceptuando a los médicos, rabinos o psicólogos, que responden a urgencias reales, para mí es un misterio la necesidad de contestar un mensaje de texto justo en el momento en el que se está tomando un café con una amiga.
A ver si me explican ¿es tan importante mandar el emoticón de la carita sacando la lengua a una compañera de primaria que vive en el congo Belga en el mismo instante en el que la persona que tenemos frente a nosotros está abriendo su corazón para compartir su intimidad? ¿Es tan importante atender ese llamado de un número desconocido cuando sólo tenemos media hora para charlar con nuestra pareja?
Estadísticamente ¿cuántos llamados significativos se reciben por día? Muchos menos que los que se contestan absurdamente. Seguro.
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