Mi interés por el medio ambiente es gigante, sin embargo mi contribución es microscópica. Mi realidad va por un lado y la ilusión por el otro.

Me gustaría vivir en una casa alimentada por energía solar, recostarme al atardecer en un sillón construido con materiales reciclados y comer uvas de la parra del jardín.

La verdad es que cuando tengo más de dos invitados, no tengo dudas en usar platos descartables.

Reconocer esta paradoja en mi comportamiento me enfrenta al dilema de si lo poco que hago vale la pena o no sirve para nada.

Conmigo es blanco o  negro. Si no soy la presidenta de Greenpeace creo que no tiene ningún valor reciclar las botellas de vidrio.

Ante todo la coherencia. Seré mezquina pero seré coherente. No sea cosa que me consideren un fraude si descubren que aparte de descomponer pilas en arena también uso desodorante en aerosol.

Lo que me sucede con la ecología, también me pasa con la teshuvá. Es todo o nada.

Mi interés es enorme, pero mis logros mínimos. Alguna vez he logrado hacer  la gran teshuvá, pero la mayoría de las veces pierdo energía a mitad del camino y hago teshu… ¡bah!

Es como que me pierdo en el proceso, me queda grande. Por supuesto conozco las halajot de teshuvá y sus 4 pasos, pero me falta algo práctico que me demuestre que estoy moviendo algo.

El desafío de hoy es fácil -especial para un viernes-: habrá que imprimir estas dos maravillosas clases de NLE  (Ner Le Elef) y leerlas en Shabat: Parte 1. Parte 2.

Quedan 19 días para Kipur. Si seguimos  dando pequeños pasos conseguiremos un gran avance.

 

 

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