No se si mandarte otra carta entrará dentro de la categoría de escritura, pero es lo único que puedo bajar a un papel en estos días. La energía con la que ayer quise cambiar el mundo desde las redes terminó en la subida triste y deslucida del libro Cinco reinos sugerido por mi hijo y mis intentos de entender cómo funcionan Facebook e Instagram linkeados.

Hoy me levanté molesta, apretada. Quise tomar mate y no pude, nuevamente tengo un fuego en la boca del estómago. Tomo uno igual porque mi cuerpo lo necesita y después me quedo dolorida un rato tratando de ordenar un poco mientras todavía todos duermen. Levanto a mi hijo mayor para que haga el rezo de la mañana. Hago yoga, respiro. Sigo molesta. No tengo modo de mirar adentro.

Trato de no pensar en el miedo, de no pensar en el tiempo, de darme tareas cortas y posibles. Trato de ordenarlo todo, de organizar a mis hijos. Me doy cuenta mientras lo hago que en realidad es una tarea titánica, es un intento perdido de poder manejar aunque sea mi cotidiano y que ese virus no lo atraviese todo. Entonces lo hago. Con eficiencia lo hago, con sentimiento, dormida, con enojo y cansancio, con locura. Ordeno la casa, las comidas, los horarios, los deberes, las actividades. Hay algo del mundo de afuera, de antes, que quiero rescatar.

Decime que algo queda estable.

Es raro porque me ocupé toda mi vida de romper con la estructura y ahora me agarro a cualquier leño ante la mínima o máxima sensación de naufragio.

Se que todo esto que te estoy escribiendo es una basura, pero necesito escribir para tratar de entender. Me agotan los watshapp saturados de información del fin del mundo, de la higiene, de los últimos infectados. No puedo con la sobre información.

Ayer leí una frase de Haruki Murakami que me encantó: «Cuando salgas de esa tormenta, no serás la misma persona que entró en ella. De eso se trata esta tormenta»

Por momentos me siento que soy la que seré y por momentos me veo escupiendo agua en mi tronquito.

Necesito contarte chiquito. Maté tres hormigas mientras trataba de hacer la posición de trikonasana. Corté en pedacitos una revista que tengo de Hermes desde la época de diseñadora para hacer un collage con Odaia. Intentamos jugar al bingo con porotos pero se rompió el cosito que gira y se fueron corriendo a ver videos. Por momentos soy la capitana de un barco (hablo y doy órdenes en ese estilo) que se pone todo al hombro para sacarlos adelante, por momento soy un monstruo asustado que no sabe qué hacer y doy alaridos para adentro que suenan parecido a: ponete alcohol en gel por décima vez, no ves que te tocaste la cara!

El sábado un vecino nos regaló un concierto en piano, estaba bueno mirarse con otros a lo lejos y aplaudir juntos. A la noche le cantamos el feliz cumpleaños a doña Betty de noventa y tres años. Necesitamos el contacto. A mi me surge mi costado más barrial, que los años y el miedo me lo dejó puertas adentro y ahora lo saco por el balcón a fuerza de querer comunicarme y dar sentido.

Esta vez nuestra distancia parece más lejos.

Las medidas pasaron a ser otras. Más medibles. Los metros de mi cama al living, de un balcón a otro, el tiempo mínimo, las historias acerca de cómo crece mi planta de menta en la ventana y mi amiga que ya es abuela y no para de trabajar se puso a pintar unos cuadros que muestra por watshapp. A nadie le importaba la menta ni el cuadro y ahora lo festejamos. Necesitamos que sea importante. Yo lo necesito.

Necesito buscar algunos indicios en medio de este huracán, que me permita construir algo del mundo que ya fue.

2 respuestas a “La tormenta”

  1. Exelente! Hace mucho qu no las encontraba!!!

    Le gusta a 1 persona

  2. Increíble amiga❤️

    Me gusta

Deja un comentario

Tendencias

Descubre más desde Extrañas en el paraiso

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo