Demostrar que uno es una «buena» persona es un trabajo de toda la vida, ya que sólo se puede corroborar después de la muerte. Me imagino una larga cola en la entrada del cielo, esperando intrigada mi turno para que me muestren mi pasaporte de conducta.

Me refiero a que todos pensamos más o menos lo mismo de nosotros mismos: que somos buenos. El ietzer hará se las ingenia para persuadirnos de que está bien hacer algo «no tan bueno» y que todas nuestras acciones están justificadas. Es como tener un filtro interno que nos hace lucir perfectos frente a nosotros mismos.

No conozco a nadie que no se considere bueno. Por ejemplo yo, me considero doblemente buena, soy un martes. Pero como mi amiga, la rabanit Ana, me señaló, hay que desconfiar hasta de uno mismo y tener cuidado porque el ietzer hará nos llena la cabeza de ideas ingeniosísimas para justificar actos dudables.

Pero dejando de lado las profundidades filosóficas, hablemos de la ley.

Las reglas del juego de la vida y la conducta entre humanos fueron escritas hace años. Las halajot bien Adam le javeró están ahí para ayudarnos a navegar el complicado laberinto de rosas y espinas que son relaciones humanas. Esas halajot son como el GPS divino que nos indica el camino, y hasta a veces nos muestra atajos u ofrece desvíos.

En fin, cada uno decide cómo enfrentar su ietzer hará. Algunos caen en sus garras, mientras que otros se fortalecen y resisten sus tentaciones. Pero al final de los días, sólo Hashem sabe cuántas veces hemos ganado y cuantas veces hemos perdido.

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