Mi gran virtud es no prestarles atención a las personas ni por el aspecto físico ni por el espiritual. Estoy convencida de que cada neshama tiene su misión personal y que los caminos que tiene que recorrer para alcanzar su objetivo me son totalmente desconocidos.

Por eso, me preocupo sólo por conocer el mío, mientras trato de influir positivamente en quienes me rodean para que encuentren el suyo, lo cual, en general, se hace confiando en que el prójimo sabe mejor qué tiene que hacer.

“El mundo fue creado para mí” cobró un nuevo significado para mí en los últimos tiempos. Es como si el mundo me hablara y, cuando entiendo que cada brizna de pasto que crece en mi jardín está allí con una función en relación con mi vida, es mi responsabilidad decidir qué hacer con ella.

Y ahí es cuando la cosa se pone difícil. ¿Es una mala hierba y hay que arrancarla de raíz o es el cebollín que atrevidamente metí en la tierra?

A veces, hay que dejar que las cosas crezcan para definirlas. Y ni hablar de cuánto tiene que crecer uno para lograr empezar a percibirse. Se necesita paciencia para que las semillas germinen.

Dicen que uno se construye su propio Gan Eden con cada uno de sus actos. Yo quisiera construirme un jardín de piedras, como el que tengo en casa.

Ya saben, fue un largo proceso, cuando me mudé hace un año, era un baldío tenembroso, incluso había un rincón al fondo, detrás del aparatoso aire acondicionado, al que me daba miedo llegar. Sospechaba la presencia de ratas mientras, con una pala, sacaba basura de ese pedazo de tierra que albergaba las raíces de una parra que da uvas verdes y ricas.

Hay que enfrentar los miedos (en general son pura fantasía) y también hay que saber distinguir lo bueno de lo malo.

En mi jardín rescaté las piedras que hoy forman un camino, pero tiré el sistema de riego podrido. Reciclé las macetas y aboné los cactus que creí casi muertos. Removí la tierra, para asegurarme de que hasta el último papel de caramelo, tornillo o vidrio encontrara su destino final en la basura y hasta encontré una cola de misil que me regaló una visita del experto en explosivos a quien le convidé la sopa de pollo que tenía en el fuego.

Hoy, erev jag, sentada en la sucá, disfruto del fruto de este año de trabajo que me dejó un jardín de ensueño, la cara tostada y la convicción de que lo mismo que hice aquí es lo que tendría que hacer con mi vida.

Quizá vine al mundo a remover lo sucio y plantar flores en tierra fértil.

A reciclar flores secas que quizá resucitarán en tjiat hametim y aún así son bellas (yo veo belleza hasta en lo marchito, lo viejo, lo muerto).

A encontrar piedras talladas por el tiempo y construir unas cataratas alimentadas secretamente desde una canilla.

A llenar de sentido un lugar vacío.

A jugar con mi nieta a la lluvia torrencial desde una manguera una tarde calurosa.

A hacer tefilá con el aroma a tierra mojada, después de regar el huerto.

Cuando hice teshuvá, nadie me prometió un jardín de rosas. Y lo bien que hicieron, porque a mí las rosas no me gustan mucho. Cada uno tiene la responsabilidad de encontrar su propio lugar en el mundo.

A mí me encantaría pensar que esta Sucá (este jardín de piedras) desde donde les escirbo, es parecido al mío.

Jag sameaj amigas, nos estamos viendo.

3 respuestas a “Nadie me prometió un jardín de rosas”

  1. Bello! Jag Sameaj! Ya encontraré mí jardín, o mi cocina… o ya la encontré. Y falta sólo deecidir dedicarme sólo a ella. Mi gan eden avanza, seguimos con el shalom bait taan necesario cuando es tanta locura la que nos rodea. Hermosa. la sucá Gut shabbes!

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  2. Que hermoso tu jardín de piedras. Eternas y cada una distinta y única.

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    1. distinta y única, como cada una de nosotras.

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